Opinión en Onda Cero

Hay semanas que uno se levanta entre dudas y certezas, sumido en la pulsión siempre viva entre la esperanza y la desesperanza, añorando un debate más sosegado, menos demagógico, más inteligente.

Me sume en la perplejidad que un país situado en estos momentos en unos niveles de crecimiento envidiables, con las mejores cifras de empleo de décadas, se detenga en un exceso de radicalidad tan lejana a la vida cotidiana de esta sociedad moderna, democrática y tranquila.

Más allá de los errores o aciertos del gobierno, la oposición que está desarrollando el PP desde el inicio de la legislatura ha generalizado un escenario de lucha sin cuartel. No hay el más mínimo espacio de oxígeno para el consenso en ningún estadio ni siquiera en aquellas cuestiones de estado que merecerían más de una pensada antes de lanzarse a la lucha final. Si la supuesta ruptura de la familia llevó a los obispos a la calles del brazo de la derecha política, la cuestión territorial entorno al estatuto catalán y el desencuentro antiterrorista han elevado la temperatura de la crispación mucho más allá de lo razonable.

El azuzamiento de las bajas pasiones anticatalanistas encuentra, sin duda, grandes adhesiones en regiones determinadas y también respuestas en sectores nacionalistas catalanes. Las políticas del segundo mandato de Aznar y la estrategia del partido de Rajoy hoy, están llevando en andas al independentismo catalán. Nadie nunca les dio tanta notoriedad, nadie les propinó más argumentos. Algún día, más pronto que tarde, algún nuevo dirigente de los conservadores dará cuenta del grave error que significa despertar los viejos demonios y satanizar urbi et orbe a los discrepantes del pensamiento único.

Pero la gota que ha colmado el vaso, han sido las insidias sobre la actitud del presidente del gobierno en la superación del fenómeno terrorista.

Estos días pasados recordaba la vigencia del discurso opositor de Aznar en los años 90 cuando le espetó sin desdibujar su eterno gris rictus, al entonces ministro Corcuera que no había ningún tema de excepción en la labor opositora. “Cuando digo que todo es objeto de oposición, digo todo”. Suenan tan actuales las palabras de Aznar que nadie diría que se ha marchado ni, incluso, que fue presidente del gobierno durante ocho años.

Rajoy ha sido más Aznar que nunca y eso, en mi modesta opinión, es una mala noticia para España.

Opinión en Onda Cero

Hay semanas que uno se levanta entre dudas y certezas, sumido en la pulsión siempre viva entre la esperanza y la desesperanza, añorando un debate más sosegado, menos demagógico, más inteligente.

Me sume en la perplejidad que un país situado en estos momentos en unos niveles de crecimiento envidiables, con las mejores cifras de empleo de décadas, se detenga en un exceso de radicalidad tan lejana a la vida cotidiana de esta sociedad moderna, democrática y tranquila.

Más allá de los errores o aciertos del gobierno, la oposición que está desarrollando el PP desde el inicio de la legislatura ha generalizado un escenario de lucha sin cuartel. No hay el más mínimo espacio de oxígeno para el consenso en ningún estadio ni siquiera en aquellas cuestiones de estado que merecerían más de una pensada antes de lanzarse a la lucha final. Si la supuesta ruptura de la familia llevó a los obispos a la calles del brazo de la derecha política, la cuestión territorial entorno al estatuto catalán y el desencuentro antiterrorista han elevado la temperatura de la crispación mucho más allá de lo razonable.

El azuzamiento de las bajas pasiones anticatalanistas encuentra, sin duda, grandes adhesiones en regiones determinadas y también respuestas en sectores nacionalistas catalanes. Las políticas del segundo mandato de Aznar y la estrategia del partido de Rajoy hoy, están llevando en andas al independentismo catalán. Nadie nunca les dio tanta notoriedad, nadie les propinó más argumentos. Algún día, más pronto que tarde, algún nuevo dirigente de los conservadores dará cuenta del grave error que significa despertar los viejos demonios y satanizar urbi et orbe a los discrepantes del pensamiento único.

Pero la gota que ha colmado el vaso, han sido las insidias sobre la actitud del presidente del gobierno en la superación del fenómeno terrorista.

Estos días pasados recordaba la vigencia del discurso opositor de Aznar en los años 90 cuando le espetó sin desdibujar su eterno gris rictus, al entonces ministro Corcuera que no había ningún tema de excepción en la labor opositora. “Cuando digo que todo es objeto de oposición, digo todo”. Suenan tan actuales las palabras de Aznar que nadie diría que se ha marchado ni, incluso, que fue presidente del gobierno durante ocho años.

Rajoy ha sido más Aznar que nunca y eso, en mi modesta opinión, es una mala noticia para España.