¿Quién habita tras los holligans?

El botellazo a un entrenador de fútbol esta semana pasada en Sevilla o el cóctel molotov contra la sede del PSOE de Alcalá nos sirve en bandeja fría la crudeza de una patología que, en mayor o menor medida, se halla en muchos ámbitos de nuestra sociedad.

La violencia aparece como un resplandor trágico que rompe la cotidiana y ansiada calma tantas veces imperceptible cuando la rutina invade afortunadamente nuestras vidas. La violencia no surge de la nada. Las agresiones son la última etapa en una carrera de provocaciones, insultos y vejaciones que acaban en la ley de la selva donde los argumentos no sirven más que de armamento justificatorio de un proceder siempre injustificable.

Los hilos desde las bambalinas, los mueven personajes alejados del cliché desaliñado de esos ejecutores finales muchas veces asimilados a un rol como predestinado, como predecible en una historia que nace de la anorexia de expectativas en un ámbito de horizontes perdidos.

La responsabilidad tiene nombres. Todos los nombres. Por supuesto de aquellos, carne de cañón, que tiran botellas, bombas caseras o mecheros asesinos pero sobre todos de quienes hacen ideología de la locura, convierten en posible la cobertura de la sinrazón.

Si una semana antes de un derbi o de un partido que desgraciadamente se califica de máximo riesgo por las fuerzas de seguridad, los principales dirigentes de los equipos o los protagonistas más directos no pierden la oportunidad de calentar el ambiente con descalificaciones y todo tipo de improperios, ¿quién es el último responsable de los desvaríos finales?.

Y si la política se empozoña hasta lo vomitivo, si la mentira emerge como la sábana que cubre todas las vergüenzas, si los obispos predican el evangelio y su emisora la guerra santa ¿quién se hará cargo de los escombros cuando dinamiten sedes o la rebelión según Inestrillas, se haga presente?.

El día siguiente todos se ponen sublimes. Hay mensajes de orden, se declinan grandes palabras y aquí nadie ha roto un plato o una cabeza. No se acuerdan – ¿o nunca lo dijeron?- de las bravuconerías expandidas a toda fuerza mediática, bustos ridículos en los palcos y otras chorradas propias de la época del Cromagnon, de señoritos tan contentos de haberse conocido que necesitan hacerse césares del nuevo circo romano donde habitan los holligans para decidir qué nuevos gladiadores triunfan o son destrozados por las nuevas fieras.

Aunque holligans los hay en muchas partes siempre dispuestos a sublimar las consignas cuando más radicales mejor, cuando más maniquéas mejor, cuando los odiados están más identificados, mejor.

La arquitectura de la conviencia es un mecano complejo. A veces algunos quieren darle una patada a las piezas para quedarse con el juguete.

La política se debe hacer desde la cabeza y no desde ningún otro organo del cuerpo. Quienes intentan azuzar las bajas pasiones con mensajes esquemáticos que huyen de la realidad compleja, quienes hacen del rencor y la incitación al odio meros trasmisores del plan de marqueting electoral, reabren zanjas que nunca más se habrían de destapar y que sólo acabarán aportando desazón en el mejor de los casos.

Ayer cuando al unísono militantes del PP y falangistas coreaban en Murcia aquello de “Zapatero vete con tu abuelo” o “socialistas terroristas” me acordaba de Ernest Lluch en la plaza de la Constitución de San Sebastián diciendoles a los batasunos que le increpaban “gritar lo que queráis pero no mateís”. Y cuando de falangistas se trata nadie nunca superarà la inteligencia de don Miguel de Unamuno en el último desafío de su vida en la defensa de la Universidad de Salamanca. “venceréis pero no convencereis”.

Ahora ya ni vencerán.

Buena semana.