Las matemáticas de Rajoy

Los análisis postelectorales forman parte de la estrategia de gestión partidaria del presente. Sólo así cabe interpretar las conclusiones de Rajoy que, perdido el partido, echa la culpa al árbitro, el entorno y hasta el público.

Puestos a objetivar lo que se pueda, la realidad de los datos habla de una victoria incontestable del sí –casi un 75 por ciento-, una derrota de los partidarios del no -incapaces de animar incluso a la propia clientela - y una participación manifiestamente mejorable.

Dicen que el referéndum los carga el diablo. Lo que es cierto es que llevan la incertidumbre bajo el brazo aunque en este caso la propia dislexia del no haya servido para dar mayor estabilidad a la respuesta ciudadana.

Las señales de alarma en relación con la participación política van mucho más allá de esta consulta estatutaria en Catalunya y harán bien los partidos en analizar con serenidad bajo aritméticas no electorales las debilidades del funcionamiento de la democracia. Sin duda, no puede celebrarse que la mitad de los ciudadanos hayan preferido militar en el hartazgo o simplemente irse a la playa. Ahora bien, menos de treinta por ciento de participación en la consulta gallega no le provocó a Rajoy grandes condenas a perpetuidad a los dirigentes del momento y, a pesar de ese déficit inicial la autonomía gallega ha resultado un éxito para el desarrollo de esa nacionalidad.

Si aplicamos los números de Rajoy –dos de tres catalanes no han apoyado el Estatut- sólo 4 de cada 100 catalanes han seguido las directrices del PP. Si los partidarios del si han conseguido cinco puntos porcentuales más que lo recibido por la suma de los partidos en las últimas elecciones autonómicas, el frente del no ha perdido 8 puntos.

La calculadora de Rajoy le da que el PP ha ganado. No sé cómo pero quien se halla en las antípodas de lo que piensa la mayoría de catalanes, se ha declarado unilateralmente vencedor y pide una segunda vuelta de rectificación cuando el pueblo ya ha hablado.

La ayuda de Camps que, por fin, se atrevió a cruzar el Ebro, no fue suficiente.

El maldito Carod aceptó la derrota e inició un cierto viaje a la autocrítica. A ver si ahora resulta que el icono demoníaco de los populares resulta más sensato que sus encendidos detractores.

Por lo demás, bien. El país amaneció el lunes tan roto como siempre después de un fin de semana, esta vez con la esperanza del inicio veraniego en el que seguro pasará a la historia la moda del estatut. Pero no se alegren, los vendedores de hecatombes patrias garantizan un estío caliente donde cantarán ese abrazo tan patrimonial de la nación que de tanto exhibir su querencia casi ahogan.