Fútbol: pasión, circo y un maloliente hedor a fascismo.

En los últimos años el fenómeno que representa el fútbol excede con mucho la vieja concepción de un deporte. Tanto desde el punto de vista económico como de la propia dimensión que produce su onda expansiva, el fútbol está en unas coordenadas nada ancladas en el romanticismo de aquel juego inventado hace más de un siglo por los ingleses.

Mucho dinero, muchas pasiones, muchos intereses en juego que tampoco dejan indiferente la política.

Ayer, sin ir más lejos, los periódicos daban cuenta de l’affaire urbanístico del Valencia CF y también de la irrupción de la influencia del presidente del Barça en las elecciones catalanas. En ambos caos la intencionalidad de presencia de la influencia de los poderes futbolísticos en las sendas electorales son más que evidentes.

El consejo de administración de la sociedad anónima deportiva del Valencia CF presidido por el hijo del potente constructor Juan Bautista Soler está inmerso en un cambio de calificación urbanística del Mestalla que le permitirá hacer otro estadio y un importante entramado inmobiliario al tiempo que podrá hacer caja para enjuagar la deuda millonaria que atenaza su futuro.

Más allá de las vicisitudes de la cuestión concreta me interesa reflexionar sobre la respuesta del citado empresario frente a la oposición política del Ayuntamiento de Valencia que no ha secundado la posición oficial del gobierno local proclive a la reclasificación instada por el citado consejo de adminstración.

Soler en connivencia directa con el PP ha identificado sus pretensiones inmobiliarias con el sentimiento de un club que alberga aficcionados de las más diversas ideologías. Tras la amenaza, ha lanzado a los peñistas para situar en el campo del antivalencianismo a quienes no se avienen a sus intenciones y prepara manifestaciones de satanización que entroncarán perfectamente con el mensaje que Camps versionaba en sede parlamentaria. “Quien se opone a las acciones inmobiliarias del presidente constructor, está contra el Valencia”. Un paso más en un mensaje totalizador que hace recaer en el disidente de la versión oficial la cruz del traidor. Ahora es el fútbol, ayer el tripartito catalán, siempre el agua.

Un discurso relacionado con el viejo populismo en el que la derecha regional ha dejado puestas sus esperanzas de retener el gobierno de la Comunitat.

Es comprensible que al señor Soler no le guste la posición de los grupos muncipales que no apoyan su reclasificación y que lo manifieste con la rotundidad que estime conveniente pero ¿tiene algún rasgo de racionalidad las convocatorias contra la oposición? ¿contribuye la posición del presidente promotor a la convivencia debida? Y, finalmente, ¿está formulada para defender qué intereses?

Si me produce bochorno que se confunda el Madrid con España, el Barça con Catalunya cómo podemos interpretar la patrimonialización por un partido político de un club de tantas afecciones como el Valencia.

La alianza de intereses económicos, urbanísticos –poco los deportivos- está llevando demasiado lejos una confrontación que la pagarà sin duda el Valencia de verdad, el que anida en el corazón de los aficcionados, no el otro que forma parte de la plataforma de negocios de un constructor.

El fútbol es algo maravilloso para quienes nos gusta pero puede morir de éxito. Otra enfermedad que le persigue es la violencia física, verbal y moral. La suerte ha hecho posible que Castelló y Vila-real se hayan enfrentado y vuelvan hacerlo la otra semana, en un duelo apasionante. Pero nadie puede llevar consigo al estadio los peores sentimientos del hombre, absurdos odios ancestrales que nada tienen que ver con amor a su tierra. Algunos sienten el fútbol como una nueva versión del circo romano y se sirven del espectáculo para conformar el estallido de su violencia en nombre de unos colores.

Para salvar el fútbol, hay que dar la batalla contra la violencia en los campos y los aledaños, y no hay que dejar que nadie por mucho dinero que tenga quiera manchar los sentimientos de todos.

El fútbol vivirá si es de todos y nunca pierde la razón que le vio nacer: un juego.

Buena semana.

Mujeres

No me cabe ninguna duda que éste va ser el siglo de las mujeres. Entre muchas otras razones porque conservo la fe en el género humano debido a un cierto optimismo antropológico que no siempre –debo confesales- es complacido por la realidad.

Las conquistas de los derechos humanos nunca han sido fáciles, más bien siempre han costado demasiado por más obvias que nos parezcan esas reivindicaciones años después.

Sin ir más lejos así nos pasa con el 75 aniversario de la consecución por primera vez en la historia de España del voto femenino. La diputada Campoamor consiguió a pesar de las más duras reticencias en todos los campos ideológicos e –incluso- lo más doloroso entre las propias mujeres diputadas, que el parlamento de la segunda República hiciera efectivo un derecho hasta el momento privado con toda naturalidad a la mujer.

Desgraciadamente pocos años después españolas y españoles vieron al unísono como les era arrebatada la libertad durante 40 largos años de silencio y la mujer era destinada al rol secundario de la sección femenina, brazo falangista para la segregación de sexos y la humillación de la mujer.

La ley de igualdad que el gobierno ha remitido al Congreso de los Diputados representa una nueva generación de avances para superar lastres de toda una historia jalonada de despropósitos en el tratamiento de la mujer.

Recuerden –porque hay que recordarlo- que hace tan sólo unos siglos la Iglesia determinaba sin mayor escozor de conciencia, la ausencia de alma en los seres humanos de género femenino y hasta hace cuatro días el código civil español no distaba demasiado en lo que a esta cuestión se refiere, de las concepciones más arcaicas vigentes entre los fundamentalismos que ahora con razón nos escandalizan.

Cada vez que se incorporan requisitos paritarios a través de la discriminación positiva, surgen voces graves alertando de lo insensato de la imposición y con argumentos a veces sólidos, otros simplemente ventajistas, proclaman que sólo el mérito genera igualdad.

¿Pero de verdad se puede tratar como iguales a quienes por la fuerza de los hechos históricos incontestables, no lo son?

Las denostadas cuotas electorales han conseguido que la incorporación de la mujer a la política sea diametralmente diferente a las primeras legislaturas de la democracia cuando sólo tenían un papel testimonial. En ese camino sin duda se habrán cometido errores y, si se quiere, injusticias pero el resultado es un avance indiscutible de la equidad en la corresponsabilidad.

Ahora se trata de dar un paso más. La sociedad en todos sus ámbitos debe facilitar el acceso a las mujeres a puestos de responsabilidad que han sido concebidos para los hombres. No sólo en la política.

Si en la Universidad Jaume I, por ejemplo, ya hay más chicas que chicos graduándose, si cuando asistimos a la entrega de los premios extraordinarios la mayoría recaen en jóvenes estudiantes de sexo femenino ¿por qué aún el número de directivas en los más diversos sectores son un número casi ridículo?

Los cambios hay que empujarlos. La conciliación familiar mejorará nuestra vida la de todos, homres y mujeres, y la aportación de la fuerza de la mujer en muchos ámbitos dará oxígeno a estructuras demasiado encorsetadas por la estéril cadencia de las inercias.

La irrupción de la mujer debe contribuir a la humanización de las relaciones sociales y económicas. Lo peor en este proceso sería asimilar sin más los roles masculinos. El cambio para ser cambio debe significar aire fresco y para ello las mujeres deben ser ellas mismas no una mala copia.

Confiemos, amigos oyentes, en las mujeres. Será un buen trato.

Buena semana.