Tots els colors del verd.

La noche ha sido muy larga. Cuarenta y tantos años de ETA han dado para tanta sangre, tanta desesperanza y tanto dolor que cuando se ve, aunque lejos y débil la luz al final del túnel, nos brillan los ojos.

La crisis en el proceso de paz que ha emergido con fuerza los últimos días produce la desazón de quien observa como un castillo de naipes construido con paciencia y sigilo se puede precipitar al vacío. El alto de fuego permanente anunciado por la banda ETA hace ya más de medio año consiguió volver a ilusionar a una sociedad harta de violencia, de extorsión de silencios obligados.

Sólo ETA será la culpable de un fracaso que en caso de producirse nos pondría de nuevo en una dialéctica que ya nadie en la sociedad vasca parece dispuesta a secundar.

Por eso, me va a perdonar, pero cada día entiendo menos la posición del Partido Popular. Rajoy y su núcleo dirigente han hecho del proceso de paz el primer elemento de confrontación política con el gobierno de la nación tanto en el parlamento como en la calle donde parapetados tras una parte de las víctimas tensionan para romper un diálogo que aún está lejos de cualquier resultado.

Sí puedo entender las prevenciones de los entornos más cercanos a la tragedia. Son reacciones humanamente comprensibles porque cuando te arrebatan la vida de un ser querido una parte de tu alma se va con él. El desgarro es tan grande que cualquier consideración me provoca el máximo respeto sin deber por ello administrar una obediencia obligada a las actitudes políticas de las distintas sensibilidades encogidas en las distintas asociaciones de víctimas.

Pero sino ha habido ni traslado de presos, ni acuerdos políticos, ni cesión alguna, si incluso los preliminares de cualquier diálogo están atascados, si el estado de derecho funciona y hay detenciones y se dictan sentencias ¿por qué ahora el PP encarniza la batalla política en una cuestión que jamás debería dividir a los demócratas?.

¿Por qué ahora el adversario en las manifestaciones es el presidente legítimo y no la organización terrorista?.

El Congreso de los Diputados aprobó una resolución que encajaba los objetivos y límites de un diálogo para la paz. Una hoja de ruta que se ha seguido y que si no ha dado aún sus frutos es por la incapacidad del mundo abertzale de apostar definitivamente por las reglas democráticas. Un camino, por cierto, bastante similar al explorado por todos los gobiernos constitucionales.

Cuando un partido tras algunas legislaturas en el poder pasa a la oposición, la resituación es sin duda difícil. El liderazgo debilitado, la estrategia discutida y al final las posiciones más inmovilistas triunfan porque la mirada se fija en la estabilidad interna. Se elige la opción más directa, más satisfactoria para los propios. Pero ya se sabe que la línea recta no siempre es la más rápida para retornar al poder y –seguro- no es la mejor para el país.

Hace ya treinta años Raimon cantaba por la esperanza en Euzkadi y glosaba en un canto emocionante todos los colores del verde bajo un cielo de plomo que el sol quiere romper en una señal inequívoca de la merecida libertad para la nueva etapa que se iniciaba.

Ese sentimiento que me relataba Maribel Lasa, directora de atención a las víctimas del gobierno vasco, cuando esta semana visitaba Valencia y se reunía con la asociación valenciana de víctimas acompañando a una comisión del parlamento vasco que quiere mostrar una cercanía que ataño se notó a faltar.

Maribel sabe del dolor. Su marido JuanMari Jáuregui fue gobernador civil del último gobierno de Felipe González en Guipúzcoa. Amenazado por ETA se fue a trabajar a Chile. Volvió de vacaciones a Tolosa y el 29 de julio del año 2000 era asesinado en una cafetería al lado de su casa.

Había nacido hacía 49 años en Legarreta, su lengua materna era el vasco en y en el franquismo había estado encarcelado por razones ideológicas.

Maribel sabe del dolor y también de la esperanza porque –como ella dice- la generación de sus hijos tiene derecho a la paz.