El caso Lamela
Publicado el martes, 5 de febrero de 2008 por Ximo Puig Ferrer
La decisión judicial que zanja las dudas alentadas cuando no acusaciones gravísimas sobre el equipo facultativo de cuidados paliativos del hospital de Leganés, ha propiciado la visibilidad de un espacio de atención médica para limitar el dolor y para hacer posible una muerte digna.
La primera reflexión tras la lectura de la sentencia es, sin duda, la mirada hacia los enfermos. ¿Cuántas personas habrán sufrido ante la inseguridad propiciada por las acusaciones falsas de la consejería de Sanidad de Madrid?
Cuando el camino hacia la muerte se vuelve penoso, irreversible y progresivamente degradante, el ser humano tiene derecho a no padecer más de lo estrictamente inevitable. Es así de sencillo y así de terrible no hacerlo posible por razones de contenido muy fundamentalista y muy poco humano.
La segunda reflexión tiene alcance político. ¿Cómo el consejero incitador de las insidias puede esquiar tranquilo ajeno al sufrimiento infligido? ¿Qué especial piel tiene el actual consejero Güemes cuando se burla de médicos y enfermos afirmando que el comportamiento de su departamento ha sido ejemplar?.
Y la tercera reflexión mira hacia el futuro. Los responsables de los diferentes ámbitos de decisión en la sanidad deben dar garantías a los profesionales, apoyo y medios para potenciar las unidades contra el dolor que aún hoy entre nosotros están infradotadas.
Permitir el sufrimiento de los enfermos por extraños planteamientos pseudoreligiosos entra en una cosmovisión que me estremece. Ningún Dios -bondadoso por naturaleza- podría participar de una orgía de dolor físico cuando la inmensidad del desgarro es, ni más ni menos, el hálito del final, la ruptura definitiva con los sentimientos, con el paisaje de los afectos que te han definido como ser.
Un mundo mejor es posible pero no sólo para los días de marketing electoral ni en la ansiada frontera del país de nunca jamás. La sociedad del bienestar se asienta en las pequeñas cosas que afectan a las personas siempre en tránsito hasta el infinito.
Y la política al servicio de las personas no puede ser un manoseado eslogan sino el compromiso cotidiano con los pequeños pasos del progreso en la plasmación de los principios ilustrados de libertad, igualdad y fraternidad y solidaridad.