España, bandera blanca.
Publicado el martes, 16 de octubre de 2007 por Ximo Puig Ferrer
Ha pasado la fiesta nacional sin altercados dignos de mencionar, la gota fría ha vuelto a hacer de las suyas en el mediterráneo y el puente se fue volando. Las tormentas anunciadas en el vídeo del jefe de la oposición han agitado menos banderas de las deseadas por Rajoy y sólo ha dado alas a unos centenares de nostálgicos que lanzaron al cielo del día del Pilar, los viejos aguiluchos de la bandera franquista que ahora, en los eufemismos del lenguaje de la época, se denomina bandera preconstitucional. Unos cuantos patriotas que cuando se honraba a los muertos en combate, se dedicaron a insultar al presidente Zapatero, presidente de España, por cierto.
En toda nación hay intentos de patrimonialización por parte de un sector de la sociedad que se erige en portaestandarte de los valores patrios, opciones hipernacionalistas que se autoproclaman vigilantes de los fundamentos del ser colectivo. Son actitudes tan aparentemente distantes en su geometría ideológica como semejantes en sus contenidos profundos pero siempre tienen una fuerte carga de exclusión.
Lo peor de la última iniciativa pro-bandera del PP es el regusto expropiatorio por aquello que debe ser de todos. Quizás lo más significativo hoy en términos de un patriotismo decente es referenciarse en
Una España en la que gente diferente, personas diversas, enfrentadas en ideas y convicciones asumen la convivencia como un valor superior.
España madre o madrastra, que más da, cada uno tiene derecho a ubicarse en función de su percepción de la identidad pero con la libre y explícita aceptación de la democracia, sus reglas y su veneración al respeto que se merecen las personas.
Las banderas o sirven para sumar o déjenlas en los espacios institucionales para que nadie las prostituya en cualquier esquina a la caza de unos votos que acabarán por quemar las manos de cualquier oportunista.
Y ADEMÁS
España tiene memoria. Aprender de lo acontecido, preservar el recuerdo y asumir la carga de aciertos y errores es la reflexión que un país debe establecer para mirarse al espejo sin complejos ni absurdos chauvinismos.
La guerra civil del siglo pasado fue el episodio más lamentable que ha marcado el destino de este país demasiados años. Ahora en el marco constitucional nadie debe temer las certezas que nos confirmen la reconciliación.
La ley de la memoria histórica no nace contra nadie. Se abre un espacio para que quienes vivieron su sufrimiento calladamente, con la vergüenza de estar ubicados en la maldad . Patriotas que no tenían derecho a ver el país de una manera distinta.
Este domingo asistí invitado por
No me siento autorizado para entrar en la sintaxis de los honores religiosos pero, en cualquier caso, aquellas jóvenes monjas bien merecen el reconocimiento y el homenaje. Y ¿por qué no las trece rosas rojas, aquellas jovencitas asesinadas por el nuevo estado surgido del golpe militar?. ¿Por qué no los miles de ciudadanos honrados a quienes les dieron el tiro de gracia en el riu Sec de Castelló?
La posguerra fue un auténtico calvario para millones de españoles en el exilio interior, lejos de casa o en la invisibilidad, sumergidos en la asfixia del silencio.
La reconciliación es cosa de dos. Y las dos Españas deben fundirse para siempre en el abrazo de la superación de aquellos días negros para lo que no se puede seguir mirando hacia el otro lado como si nada hubiera pasado. En fin, tan sencillo, tan difícil, tan justo como la recuperación de la dignidad.
Todo eso sí, con el permiso del ex ministro Mayor Oreja que ayer sacó pecho defendiendo la placidez de la vida en el seno del franquismo.
Libertad ¿para qué? Para ser libres, señor Oreja.
Para ser libres.
Buena semana y buena suerte.